Vida en 35 milímetros
03 DE NOVIEMBRE DE 2011.- ARTERNATIVO
03 DE NOVIEMBRE DE 2011.- ARTERNATIVO
PAOLA MARTÍNEZ ÁVILA
Columnista
El siglo XX fue sin duda en el que inventos de diferente naturaleza vieron la luz, el más notable en lo que respecta a industrias culturales es el cinematógrafo. Concebido siempre como un negocio, el cinematógrafo permitió que las personas “inmortalizaran” aspectos de su vida, que no se apreciaban en un libro, periódico o la radio.
¿Qué nos ofrece el cine, además de entretenimiento?, ¿Qué tanto impacta un filme en la creación del conocimiento colectivo? La respuesta a estas preguntas no puede ser definitiva sino constante, determinar una solución es callar opiniones. En principio, el cine es una industria que toma rumbos diferentes dependiendo del contexto en que se encuentre la sociedad.
En los últimos años se puede notar que la producción industrial del cine comercial se ha enfocado en la creación de una vida de ilusión, es decir, a lo que debemos aspirar. Vemos en retrospectiva que, por ejemplo, con el auge del avance tecnológico-virtual, la producción cinematográfica tomaba como pretexto para su discurso las consecuencias descontroladas a que nos llevaría tal avance, por mencionar una cinta tenemos Terminator, como referente para abordar catástrofes tecnológicas.
Sin embargo, el peso que tiene este tipo de discursos en la audiencia provoca un conflicto social, el temor a probar algo nuevo. La llegada de la telefonía inalámbrica y del internet, nos demostraban que aquello que se consideraba ficción podría no estar tan lejos de lo que el cine nos hacía pensar, entonces surgen las dificultades, el temor a perder el control de lo que ahora producimos; la dependencia en la vida cotidiana de dispositivos móviles incrementa la expectativa.
Basta un minuto sin red para inventar conspiraciones cibernéticas, la falta de señal en los celulares paraliza nuestro mundo. La realidad del cine es que dentro de la ficción, nos muestra en qué nos estamos convirtiendo, nos presenta aquello a lo que aspiramos.
Alguna vez escuché que el cine ya no era lo mismo que antes, y es verdad porque nosotros tampoco lo somos. Si pasamos por una etapa de escepticismo religioso, el cine se encarga de producir cintas que de alguna manera atraigan al público tanto a la industria como a la fe; si el mundo está en guerra, Hollywood atasca las salas con tragicomedias.
Esta industria es capaz de mostrar la bajeza del ser humano, examinar minuciosamente su comportamiento para después darle esperanza, en eso radica su triunfo. Y a pesar de todo nos cautiva, lo hace porque en realidad nos gusta ser ventilados, aunque no somos quienes están en la pantalla se crea un lazo de empatía emocional tal, que las salas de cine jamás están vacías.
Entonces el cine es, en su conjunto, la industria que adquirió la capacidad de escupirle a la sociedad una realidad (representada) que no es, pero que quisiera ser. Es aquello que esperamos con entusiasmo para desviarnos de la realidad sin darnos cuenta que en una butaca, en medio de la sala de proyección, donde nadie se conoce ni se dirige la mirada, se escenifica la más pura realidad del hombre: la indiferencia social.
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