Una mujer cubierta por un vestido de seda rojo, de cabellera dorada y hermosos ojos, sus labios, oh qué digo de sus labios si con una sola mirada me bastó para quedar atrapado entre sus redes, entre sus brazos, entre sus senos, aquellos en los que me oculto y conmigo un placentero deseo. Podría hablar de su piel pero no sirve de nada si no la puedes tocar como yo lo hago, como sólo a mí me es permitido hacerlo, poco a poco frenéticamente entre sus labios, entre su vestido.
Te hablo de ella que con sus piernas estéticas fulmina a cualquier hombre, los ojos se posan en ella pero sólo los míos averiguan su rostro. Su sexo, aquel que me da de beber a gotas, aquel sin el que me perdería, fuente perdurable de juventud, lugar en el que nos perdemos y buscamos y buscamos para no encontrar más que nuestros cueros. Mis pies con los suyos, así como si nos perteneciéramos pero sabemos que no es cierto, sabemos que sólo en los sueños, sólo en las noches podemos vernos.
Qué más quieres que te diga si cuando en la pista de baile tomo su mano y me pego su cuerpo, los pasos hablan solos. En el bar, en la cama, en todos lados, bailamos y bailamos, tú no lo sabes, pero cuando nos miramos ella y yo bailamos, podría caminar lejos y estar con su madre o con su padre, quizá con los hijos pero bailamos. Sé lo que piensa, sé lo que intenta, quiere que la quiera, pero no puedo, cómo puede ser eso si al sentir su aliento al compás de la música nos besamos.
Dime tú, júzganos, pero eso sí, no nos separes, porque yo sin ella no escribo, las letras sólo son letras, pero cuando ella se aparece ¡oh señor! No es lo mismo, basta con un suspiro y las vocales se acomodan con ritmo, si me mira, si intenta clavar su mirada en éste mendigo, las letras le escriben, le llaman por su nombre en versos pero por su nombre.
Ya lo sabes amigo, si te percatas de su presencia, déjame solo pues no existo, quién será ella si no la sombra, aquella de encajes rojos y de hermosa seda. No pido más en esta desgraciada vida que morir con ella, no pido eternidad, únicamente idilio. Bienvenida sea siempre, no me molestaría bailar con ella. Cuando se mueve, pareciera que fue hecha a mi tono, a mi ritmo. Su aroma, ¡Oh qué aroma! Mujer, desnuda al amanecer, de ella me despido.
Leslie Moom
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