14 DE NOVIEMBRE DE 2011.- ARTERNATIVO
ELVIS EDUARDO ROSETE AGUILAR
Son las seis y media de la mañana, una hora antes de la cita. Dos amigas, Marian y Hael, junto con mi hermana “Sandy” y yo, esperamos al Maestro Tomás, a las afueras del estacionamiento de profesores del Colegio de Ciencias y Humanidades Sur (CCH Sur), para partir con los chicos de primero, tercero y quinto semestre, a Malinalco. Nos acompañan la profesora Claudia y su hermana, quienes llevan a sus hijos y dirigen a sus alumnos. Son dos autobuses los que nos llevarán al viaje, no sólo para distraernos y olvidar la monótona y caótica ciudad, sino, también, para conocer y ampliar nuestros criterios y visión.
Han transcurrido dos horas y media desde que partimos del Distrito Federal. Sentado en el autobús observo los paisajes que nos ofrece la naturaleza. Desde lejos se logra ver un pueblo, que parece estar aislado: es Malinalco. El autobús nos deja a tres cuadras del ex Convento Agustino que data del siglo XVI y se localiza en el centro de Malinalco. Entramos y vemos el atrio que adorna la iglesia para una boda. Mientras, decidimos desayunar tamales rojos, verdes y de rajas, alimento típico del pueblo, los chicos comienzan a convivir y a observar lo qué hay a su alrededor. Toman fotos para inmortalizar el recuerdo y tenerlo como testimonio.
“Órale, come tu tamal de $300”, le dice un chavo a su compañero. “Tomas ¿a qué hora será el temascal?” pregunta otro a su profesor. “Profe, y si no puedo subir, ¿en dónde lo espero?” cuestiona alguien más. “¿Hay baños allá arriba?, exclama una alumna. Termina nuestro desayuno con agua de limón y tamarindo. Los estudiantes sacan su balón y se echan una cascarita. Otros deciden entrar a ver el interior de la iglesia, o darse una vuelta por la plaza colorida y alegre.
Una vez listos para subir a la zona arqueológica de Malinalco, nos reunimos alrededor de Alejandro, el anfitrión y profesor de la Facultad de Contaduría, quien tiene una casa a tres kilómetros del centro del lugar. Nos cuenta parte de la historia del pueblo, tradiciones, población costumbres y precauciones que debemos tomar. Recorremos sus calles llenas de color que transmiten calma y de árboles frutales. Continúa el relato de su diseño, edificaciones, transformación y contraste con la modernidad y la tecnología. No sólo hay turistas, la migración se hace presente.
Entramos al museo y comenzamos el acenso. Subimos y subimos escaleras, “ya no voy a fumar” afirman unos. Vemos bajar turistas nacionales y extranjeros. Otros suben con su pareja, sin mostrar signos de cansancio. Es una lucha para los sedentarios, y aunque sea al final, llegan. “Es un templo monolítico y está hecho en una sola pieza, tallado directamente en la montaña: en roca”, afirma el cronista del lugar; “es uno de los pocos ejemplares a nivel mundial y único en su género en América”, continua.
Es asombroso e increíble el testimonio mudo, la evidencia silenciosa que ha perdurado desde el siglo XV. Sobrevivió a la conquista y perdura por su auge cuando llegaron los españoles. Funcionó como centro ceremonial de formación, graduación de guerreros aztecas y de sacrificio a prisioneros. Vivió la Independencia, pues aquí estuvo Morelos, y la mala racha de la mayor parte del conflictivo México del siglo XIX. La Revolución Mexicana no se quedo atrás, pues Malinalco se pronunció zapatista, lo cual trajo enfrentamientos con los carrancista.
Después de dar un recorrido por las ruinas y tomar fotografías, descendemos para dirigirnos a la casa de Alejandro, y comer el guisado típico del pueblo: pozole. “Tomas nunca más iré contigo a otra salida, caminamos y caminamos y no llegamos”, reclama un alumno, “maestro en el programa nunca menciona que haríamos una caminata”, dice otra.
Para llegar a la casa de Alejandro tenemos que caminar tres kilómetros, amplios por su bello paisaje. Miramos a niños de cinco o seis años domando caballos de más de dos metros de altura, la cabalgata de burros, la venta por montón y no por kilo de frutas y de verduras.
Llegamos a la casa de Alejandro y tenemos la oportunidad de ver cómo preparan el temascal provisional. Antes de que entren los ansiosos y lanzados chicos, quienes muestran su esbelto cuerpo para impresionar a sus compañeras que mejor decidieron acostarse a ver las nubes, la maestra explica qué es un temazcal. Transcurre una hora. Decidimos y no entrar. Comemos pozole.
Terminamos de comer y algunos deciden regresar a la plaza, pero ahora en autobús. Compramos pan, recuerdos, probamos el atole hecho de guayaba o fresa. Sandy, con antojo de quesadilla, busca dónde las venden. Su suerte sólo llega a las enchiladas, pambazos, tlacoyos y, por supuesto, pozole.
Ha caído la noche, pasan cuarenta minutos después de las siete de la noche. Llegó la hora de abandonar el “Mágico Pueblo”. Se esconde y nos seduce para buscar y encontrar sus secretos, muestra su esencia sin tanta transformación, se ha amortiguado ante la “modernidad y globalización”, permite que veamos un poco de lo que aún conserva, de aquello que en la ciudad ya es difícil para muchos de concebir e imaginar.
Agradecimientos.
Ø Al profesor Tomas Ríos por la organización de la excursión a Malinalco.
Ø A Alejandro por facilitarsu casa y enseñar qué es el temazcal.
Ø Al museo de la zona arqueológica de Malinalco y sus encargados.
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