Seducción Nocturna
03 de diciembre de 2011
Jesús Mendoza
Columnista
La noche, siempre condenada, juzgada y mal interpretada, pero a pesar de los calificativos, fue, es y será, vida y refugio de los solitarios, de los despojados, compañía de los abandonados, inspiración de muchos artistas, aquellos que viendo en lo “no bonito” en lo “no convencional”, encuentran secretos ocultos en el arrabal, se revelan ante sus ojos, hacen la diferencia al retratar en sus obras esas noches de placeres concupiscentes.
En México, al igual que en todo el mundo, la noche se volvió un modo de vida, una cultura nocturna en la que hombres y mujeres se buscan, bailan, beben, se divierten. Pero no siempre se ha tratado de antros, de table dance, de bares. En los años 50 sobresalieron como formas de diversión, los cabarets, más de cien existían, en los cuales las orquestas tocaban mientras las mujeres - en ese tiempo llamadas ficheras (el nombre viene de las fichas que vendían a cambio de compañía) - bailaban y divertían con los asistentes.
''Creo que por eso sobreviven estos cabarets, porque ahí se va sólo a bailar, a tomar la copa, a toquetear un poco. Las señoras son como una doctora corazón para los clientes. Los escuchan, les dan consejos, los consuelan" dice Eugenia Arenas, quien ha exhibido fotografías de algunos cabarets como el RunRun y el Bombay en galerías de los Ángeles y San Petersburgo.
“…me encontré con mujeres maravillosas, madres solteras, hijas o estudiantes que viven del baile y mantienen a sus familias. Son como actrices que llegan al cabaret, se cambian, se ponen guapas y dejan sus problemas afuera” puntualizó la fotógrafa, y es que no se puede sólo juzgar la vida nocturna, hay que ver más allá, la situación económica por ejemplo, que nunca ha sido favorable para un sector amplio de la población, la falta de oportunidades, la migración del campo a la ciudad, problemas que son olvidados al escuchar la música, vestirse y disfrutar de la noche.
El burlesque, un baile sensual que busca seducir a los hombres con atuendos de lentejuelas que se mueven al ritmo de la música acompañado de las luces, cuerpos semidesnudos que nunca llegan a ser pornográficos, se valen de la atracción, de la compañía de estas mujeres piadosas del abandonado.
No se trata sólo de ficheras, estas noches de cabaret escondían más, los apodos que se ponían, por ejemplo Las mamis, señoras que atendían a las muchachas, aquellas que las maquillaban y las preparaban para su noche; se trata también de clientes de los cuida baños como El Chespirito, apodos que formaban parte de un lenguaje coloquial, quizá, pero que formaba nuevas palabras, nuevos significados, una mezcla de inglés y español en el caso de los Pa´Chucos, quienes eran parte de estas noches coloridas.
El Bombay, uno de los cabarets más importantes en su momento, comenzó siendo La Niña en 1906, hasta transformarse y obtener el nombre que a sus 105 años aún suena el renombre en los recuerdos de muchos.
Cabarets, lugar de inspiración, de creación a los que asistían numerosas personalidades en el ámbito artístico, quizá para conocerse, divertirse, encontrar compañía, consuelo, o quizá sólo se trataba de experimentar vivencias que más tarde se plasmarían en las obras de literatos, pintores, fotógrafos, bailarines y de más artistas. Uno de los casos más emblemáticos es Federico Gamboa, quien gustaba de estos lugares nocturnos, y quien escribió su libro más famoso titulado Santa, en el cual desarrolla una rama nocturna.
Un sin número de personalidades visitaron estos lugares, tales como Gabriel García Márquez, Jaime Sabines, Armando Ramírez, Armando Jiménez, Tongolele, “Mantequilla” Nápoles, el pintor José Luis Cuevas, los mismísimos Ernesto “Che” Guevara y Fidel Castro, quienes pasaron por el ya viejo Bombay.
México se ha perdido entre el cambio de los hábitos sexuales y han aparecido enfermedades como el SIDA, se han abandonado las noches de cabaret por las noches de antro, se está perdiendo la sensualidad de los cuerpos no desnudos y se abandonan los placeres del cuerpo, los que quizá sean lo único que queda por vivir, como se lee en Georges Bataille, un gustoso más de la noche.
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