Del cine literario
02
de Diciembre de 2011
Paola
Martínez Ávila
Columnista
Hace
un par de años, cuando entraba en la adolescencia, tuve mis primeros
acercamientos con la literatura, en específico, con las novelas. Llegó a mis
manos El perfume: historia de un asesino,
de Patrick Süskind. Leí esta obra con tanta precaución que le dediqué casi dos
meses, y no porque fuera difícil, sino porque es tan bueno que embriago mis
sentidos, leía una, dos, tres y hasta cuatro veces para asegurarme de no omitir
nada que me permitiera imaginar el desenlace.
Cada párrafo pausaba mi vida y me
presentaba otro mundo, personas que no existían en esta realidad tangible, pero
sí en mi mente. Dormía imaginando lo que pensaba Grenouille, incluso lo que
sentían sus víctimas, jóvenes y hermosas.Me parecía sentir la humedad de las
calles francesas, entendí cada olor, tanto que recordaba la primera vez que yo
lo percibí. Cada asesinato parecía en realidad un romance fallido.
En ese tiempo, mi mundo colapso,
metafóricamente, vi un gran espectacular, aquél era prometedor. Una adaptación
de la primera novela que leí, vaya si me tomó por sorpresa. Recordaba cada una
de las imágenes que pasaban por mi mente mientras lo leía y me emocionó pensar
en que por fin alguien más vería lo mismo que yo.
¡Oh, traición fulminante! Me quede
con las ganas. No es precisamente una mala película, no si ignoras la
existencia de un libro; entonces yo no tenía idea alguna de lo que se debe
apreciar en una adaptación de ese tipo, no podía valorar la producción, ese día
simplemente me decepcionó.
Hoy sé que al cine no se le puede
exigir exactitud, ni histórica ni literaria, la forma del discurso no lo
permite; sin embargo, hay episodios en una novela que son indispensables para
que se de ese lazo de empatía, que en el fondo pretende crear el cine, eso que
te haga estremecer y subir los pies al sofá, o llevarte la mano a la cara al
tiempo que tu expresión facial delata el suspenso cardiaco que sientes.
Nada, nada de lo anterior sentí con
el filme; aún hoy la veo y solo puedo decir que es mala, creo que si fuera de
mi propiedad estaría en esa lista de “Cosas por tirar”. Pero entonces pienso
que no todo el mundo tiene el gusto o tiempo para leer y si estas adaptaciones
son un nexo con la literatura, es simplemente perfecto.
Y recuerdo que para ese mal sabor
visual hay más adaptaciones, mejor logradas y cada que puedo dedico horas de mi
vida al clásico Nombre de la rosa,
adaptación del libro que lleva el mismo nombre de Umberto Eco.
Un libro maravilloso, lleno de
detalles que acarician la memoria de un historiador, quizá por eso me gusta
tanto, que permite con cada lectura aprender algo nuevo para pensar la realidad
en que vive.
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